jueves, 18 de septiembre de 2008

Un bellísimo jardín había sido cuidado con extremada delicadeza en lo que parecía ser miles de años continuos. Rasho pasaba todos los días un tiempo para regarlo, cortarlo, abonarlo y acostarse en él.

Solía pensar en el día y el momento cuando alguien pudiera acostarse junto a él y agarrándole le mano disfrutar de ese momento.

-¿Cuándo será el momento?-

Y sin embargo, conforme pasaba el tiempo, comenzó a notar que disfrutaba el mismo de ese prado, de ese hermoso prado. Invitó a otras personas y ellos paseaban por el oliendo las rosas, disfrutando el pasto y viendo el cielo. A Rasho le dió una inmensa alegría y satisfacción ver que tanta gente podía disfrutar lo que había cultivado. Era verdaderamente bello. Pasaron varios años y la alegría permaneció hasta que volvió a fijarse en el punto en que solía acostarse a pensar en aquella mujer que nunca llegó. Se puso triste.

-¿Será tan sólo una treta para quitarme mi alegría? ¿Será que realmente es sólo una nostalgia?-

Lo que Rasho sabía era que, cada cierto tiempo la congoja salía. Y la felicidad volvía a aparrecer. Y aunque muchas mujeres pasaban por su jardín, no consideraba a inguna digna de acostarse con el en el pasto para poder disfrutar del cielo.

Hubo un destello de luz y unos ojos cafés oscuros y profundos aparecieron. Rasho sintió una angustia profunda y ganas de llorar.

Levantó la cabeza rápidamente, agitado. Las lágrimas habían corrido por sus mejillas de manera abundante.

Un sueño, un simple sueño que reveló lo más profundo de su corazón.